“Realmente estamos muy contentos de haber podido tomar la situación adversa con tal naturalidad y haber sacado de ella un increíble aprendizaje para toda la vida.”
La ciudad de Temuco, en la región de La Araucanía, tiene actualmente casi cinco mil casos confirmados de coronavirus.
Por Benjamín Quesada y Manuela Cinquegrani¹
Al sur de Chile, específicamente a 680 kilómetros de la capital, existe una ciudad llamada Temuco. Con un cielo azul y bastante calor nos recibió a mediados de marzo, cuando con mucha ilusión viajamos desde Buenos Aires para lo que prometía ser una gran despedida con la familia y los amigos de Manuela, mi novia. La estadía sería de diez días en la casa de mis suegros, para luego volver a Argentina y emprender viaje rumbo a Barcelona. Llevábamos dos meses esperando para cumplir nuestro sueño, establecernos en España.
Fueron unos días de muchos encuentros, palabras lindas y celebraciones, como si supiéramos que se iban a acabar los abrazos por un buen tiempo. Llegado el último fin de semana del viaje, empezamos a leer noticias sobre este acontecimiento que estaba invadiendo Europa con tanta premura. Inmediatamente comenzaron las especulaciones: qué iba a pasar con nosotros, si los aviones saldrían o no, cuál iba a ser el escenario al llegar, etcétera. Por supuesto que al principio no queríamos afrontar la situación ni darle la importancia que tenía, porque nos negábamos rotundamente a posponer los planes que con tanta ilusión habíamos hecho. A medida que pasaban las horas esto se iba agrandando como una bola de nieve que no podíamos parar, y llegó el temido correo electrónico: el viaje se posponía hasta nuevo aviso.
Fue en ese momento cuando tuvimos que decidir qué hacer; se venían tiempos difíciles y ya no teníamos nuestra propia casa, ni tampoco ropa abrigada para el invierno en Temuco, que es extremadamente frío, y, por supuesto, no teníamos trabajo. La vida nos estaba poniendo a prueba y teníamos que reinventarnos una vez más en el lugar que menos esperábamos. Con el correr de las semanas y gracias a Dios llegaron algunas ofertas laborales; los años que habíamos trabajado en el país vecino estaban dando sus frutos cuando más lo necesitábamos. De la mano de estas ofertas, llegaron también la inseguridad que nos provocaba dejar de lado la idea del viaje y la incertidumbre de no saber hasta cuándo íbamos a estar en estado de alarma.
Fue una mañana cuando todo cambió: sonó el teléfono y era un amigo de Manuela que tenía un foodtruck donde vendía pizzas que estaba cerrado hacía semanas debido a la contingencia. Tras algunas charlas se nos ocurrió ofrecerle la posibilidad de implementar nuestros conocimientos gastronómicos para levantar el negocio, a cambio de que nos entregara el control absoluto de la pizzería. Fue un acuerdo perfecto, ya que quedó sujeto a la fecha de nuestra partida –con algunas condiciones de su parte, por supuesto–.
Rápidamente comenzamos a probar recetas, costear materias primas y organizar lo que sería nuestra nueva fuente de trabajo. Fue todo muy rápido, no nos dimos cuenta y estábamos abriendo una pizzería de delivery donde no teníamos a nadie más trabajando y éramos nosotros dos los encargados de todo: realizar las compras, hacer publicidad, cocinar, entregar los pedidos y procurar que todo se llevase a cabo bajo unos estándares desconocidos que se regían por la condición sanitaria que se vivía. La recepción de parte de los clientes fue un éxito, y este pequeño camioncito se convirtió en nuestro nuevo hogar durante los próximos meses. Realmente estamos muy contentos de haber podido tomar la situación adversa con tal naturalidad y haber sacado de ella un increíble aprendizaje para toda la vida.
