"En los barrios humildes más que nunca se ve que el ser humano solo vive reflejado en el otro. Para el pobre, cambiar esos hábitos de sobrevivencia humana no es negociable."
En Villa 20, Lugano, Buenos Aires, los vecinos se han resistido a quedarse en casa por las necesidades de la comunidad y solidaridad entre los habitantes.
Por Eric Campuzano¹
Hábitos urbanos: prácticas frecuentes y repetitivas de una persona en un determinado lugar o ciudad. Es un concepto de manual, pero muy concreto y sencillo. “Una era construye ciudades, una hora las destruye”; una frase de Séneca para representar el derrumbe histórico de lo que reconocemos como nuestros hábitos de vida, prácticas habituales en las que reflejamos nuestra humanidad con nuestros seres queridos, familias, hijos, vecinos, amigos y enemigos, y en donde muchas veces sobresalen la solidaridad y la empatía, y también nuestras miserias.
Como vemos, la pandemia sacudió y está destruyendo la forma de vida que conocemos. En la sociedad de consumo y revolución tecnológica del capitalismo atroz, se olvidaron de la revolución social y educativa, de la sustentabilidad social de nuestros hábitos. En la actualidad existen más hábitos para sobrevivir que para vivir, hábitos de llenar la panza antes que de alimentar; sirvan estos ejemplos para aclarar lo que quiero transmitir.
Nací y vivo en una de las grandes villas de esta rica ciudad. Cuando se decretó la cuarentena, durante la primera semana, en la mayoría de los barrios vulnerables el acatamiento de la misma fue muy alto; pero poco después empezó el desacato. Era increíble comprobar que en tan solo 8 días la comunidad ya no contaba con reservas de alimentos, e impresionante ver a un ejército de vecinos solidarios juntarse, a pesar del riesgo de contagio, para suplir esa falencia y que a cada mesa llegase un pedazo de pan.
La pandemia alcanzó a ricos y pobres, y desnudó la desigualdad en nuestra sociedad. Los nuevos hábitos urbanos de la “nueva normalidad” van a profundizar esas inequidades y también la incertidumbre; los cambios tecnológicos van a afectar a las cadenas de producción y de servicios.
Lo que habrán visto en los medios, lo que nosotros vemos a diario en el territorio, es que los vecinos se resisten a quedarse en casa. Entonces, más que nuevos hábitos, lo que vemos es la resistencia al cambio. Se preguntarán el porqué. Los noticieros dicen que estamos en la calle porque nuestras casas tienen problemas o porque son chicas… no es eso lo más importante. Como dije más arriba, el pobre tiene el hábito de sobrevivir, trata de mantener la poca dignidad que conserva. Para nosotros eso es la amistad, la familia, el vecino, el abrazo con los amigos; esas cosas son las que nos hacen sentir vivos, importantes. En los barrios humildes más que nunca se ve que el ser humano solo vive reflejado en el otro. Para el pobre, cambiar esos hábitos de sobrevivencia humana no es negociable.
Es imprescindible que el Estado analice y comprenda estas cosas, y que empiece a acelerar un cambio en la matriz de la formación de esos ciudadanos hacia los nuevos hábitos laborales, de salud y de educación tecnológica, achicando las brechas digitales generacionales.
En resumen, en los barrios vulnerables los cambios de hábitos son más resistidos que en los barrios formales: el distanciamiento social, como le dicen, es rechazado. La hermandad, la militancia social, la solidaridad, la olla popular y el amor hacia lo nuestro son las herramientas que nosotros tenemos para derrotar las “pandemias” que sufrimos mucho antes de que aterrice esta del coronavirus. Sin lugar a dudas hay mucha tela para cortar al respecto, esto recién empieza…
