Cooperativismo autogestionario de hábitat, pandemia y futuro.

Nociones Corales
3 septiembre, 2020

Por María Carla Rodríguez para la Fundación Tejido Urbano

“Así, la trama cooperativista pone en debate colectivamente la convivencialidad con sus pequeños grandes conflictos y riesgos, y aborda temas como el cumplimiento de la cuarentena, los pagos comunes y los desafíos de la movilidad cotidiana de cercanía.”

Los conjuntos habitacionales de la Ley 341, con sus equipamientos comunitarios, provistos de infraestructura y servicios y localizados en la trama urbana consolidada, permiten a familias y personas desarrollar las medidas de aislamiento, higiene y cuidado.

Por María Carla Rodríguez¹

La situación inédita para la humanidad que provocó la actual pandemia estalla en un contexto de crisis civilizatoria integral a escala planetaria.

El estado de emergencia global sacó a la luz el amplio espectro de producción de desigualdades sobre las cuales reposa el orden social y político, con sus interseccionalidades articuladas en función de la reproducción del capital: entre países, clases y géneros, así como étnicas y etarias.

La pandemia también evidenció el lugar prioritario de la vivienda y el hábitat adecuados para la reproducción de la vida.

En ese espíritu, vale la pena visibilizar ciertas cuestiones referidas a las cooperativas gestadas a partir del artículo 31 de la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires –que promueve los planes autogestionados– y de la Ley 341, nacida de una experiencia de participación popular sustantiva.

En esta pandemia, la experiencia desplegada desde el enfoque que combina organización colectiva con el impulso de políticas y administración de recursos estatales, públicos, comunitarios, familiares y personales diversos (normativos, financieros y de conocimiento, articulados con la confluencia de capacidades humanas) marca diferencias:    

1- Contar con un hábitat adecuado y bello² como trinchera de resistencia.

Los conjuntos habitacionales de la Ley 341, con sus equipamientos comunitarios, provistos de infraestructura y servicios y localizados en la trama urbana consolidada, permiten a familias y personas desarrollar las medidas de aislamiento, higiene y cuidado, porque la materialidad las acompaña (las viviendas, su tamaño y sus características). Esto también se verifica donde existen programas de vivienda transitoria autogestionados por los cooperativistas.

Es importante resaltar que estas familias cooperativistas integran mayoritariamente el mismo sector social, nutrido de trabajadores informales, precarizados y cuentapropistas que, en ausencia de políticas públicas acordes, conforman la clientela que alquila informalmente piezas en villas y hoteles pensión truchos o que abnegadamente han autoproducido los barrios populares.

2 – Disponer de “ahorros” comunes durante la emergencia.

También hemos observado los modos creativos y eficientes en los que se movilizan recursos previamente gestados como parte de las prácticas permanentes y cotidianas de las organizaciones cooperativas autogestionarias de todo el país (sus rifas, sus “polladas”, sus “cuotas ahorro”, sus “ventas de heladitos”, sus plazos fijos, sus excedentes generados por el manejo criterioso de recursos en el contexto de su planificación de trabajos y objetivos).

Esta capacidad colectiva y soberana de gestación y gestión de cierto capital comunitario y de trabajo ha funcionado como un “colchón de ahorro y socorro mutuo” que se diferencia notoriamente del cuadro de familias aisladas y crecientemente endeudadas.    

3. Convivencialidad y cuidados en la cooperación autogestionaria.

La capacidad de gestión comunitaria también se ha volcado en acciones pequeñas pero significativas, como la ayuda para hacer trámites digitales, los procesos autoasistidos de alfabetización informática y, en particular, la existencia de una mirada y una escucha atenta hacia les niñes, las compañeras, los más vulnerables…

De este modo, se configura una agencia colectiva atenta –apoyada en la orientación de la federación en el caso del Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI) y sus dispositivos pedagógicos y de salud mental– para poner freno a manifestaciones de violencia de género, así como también otras estrategias de sostén. Así, la trama cooperativista pone en debate colectivamente la convivencialidad con sus pequeños grandes conflictos y riesgos, y aborda temas como el cumplimiento de la cuarentena, los pagos comunes y los desafíos de la movilidad cotidiana de cercanía.

La pandemia nos abre así la oportunidad de revisar críticamente el contexto y nuestras prácticas, para contribuir a manifestar un nuevo horizonte cultural.

La producción autogestionaria del hábitat pone en marcha procesos colectivos y organizados por sus productores/destinatarios directos en función de la satisfacción de necesidades individuales, familiares y comunitarias.

A través de la identificación y reflexión acerca de estas características, la experiencia en la pandemia nos refuerza la convicción de la validez del horizonte autogestionario, la propiedad colectiva, la ayuda mutua y el enfoque de integralidad como ejes de políticas públicas para un futuro centrado en la Vida.

La capacidad de gestión comunitaria también se ha volcado en acciones pequeñas pero significativas, como la ayuda para hacer trámites digitales, los procesos autoasistidos de alfabetización informática y, en particular, la existencia de una mirada y una escucha atenta hacia les niñes, las compañeras, los más vulnerables.
¹ Profesora titular FSOC-UBA. Investigadora CONICET/ IIGG-UBA. Miembro del MOI desde 1991.
² “Belleza” significa la expresión espacial que resulta adecuada para cobijar y permitir el desarrollo de las distintas necesidades de la vida cotidiana de los habitantes, en un espectro que abarca desde el ámbito íntimo, pasando por los distintos matices de lo privado, lo comunitario, lo barrial y la articulación urbana y pública. Habitar condensa esta multiplicidad: los programas arquitectónicos cuya expresión material se diseña en interacción con y se materializa bajo el control de sus productores, quienes se los apropian como sujetos habitantes. Canalizar fluidamente esa complejidad, manifestando los matices y la diversidad de la vida cotidiana, es lo que denominamos un hábitat bello.
Fotografías: Fundación Tejido Urbano.