Dos revoluciones sabias

Nociones Corales
30 noviembre, 2020

Por Roberto Medina para la Fundación Tejido Urbano

“Es responsabilidad de nosotros, los arquitectos, generar nuevas ideas, nuevos conceptos en torno a la domesticidad; debemos pensar cómo proyectarlas, cómo construirlas y cuáles son las políticas para desarrollarlas.”

Cada lugar de nuestra casa muta en taller, oficina, aula y consultorio; las actividades, como coreografías del habitar, se superponen en la realidad y son aumentadas por la virtualidad; la digitalización de la cotidianidad se aceleró al máximo, y no se detiene.

Por Roberto Medina¹

La casa –nuestras casas, millones de casas en todo el mundo y al mismo tiempo– es el escenario –multiplicado ilusoriamente en muchas pantallas– en donde se desarrolla con toda su potencia la crisis global del COVID-19. Desde el 11 de marzo, cuando la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia, gran parte de los habitantes del globo nos hemos confinado en nuestros hogares.

Desde aquella fecha, cada mañana tejemos una nueva domesticidad; cada día activamos una transformación que afecta nuestro hábitat más próximo, nuestros hábitos y nuestra subjetividad.

Cada lugar de nuestra casa muta en taller, oficina, aula y consultorio; las actividades, como coreografías del habitar, se superponen en la realidad y son aumentadas por la virtualidad; la digitalización de la cotidianidad se aceleró al máximo, y no se detiene. Los balcones se revelan como escenarios artísticos y plataformas de acción política, son los nuevos soportes físicos de nuestras expresiones ideológicas; y todo a viva voz, sin mediaciones tecnológicas. Las terrazas conforman un circuito de entrenamiento físico junto a las escaleras; alrededor de tanques, subiendo y bajando pisos, se arman recorridos flexibles, extensibles y adaptables a las necesidades del usuario. Los palieres se fraccionan, multiplicando los umbrales, generando una sucesión de transiciones entre nuestro adentro y el afuera; entrar y salir ya no es una acción binaria.

Muy rápido y bajo presión hemos adquirido nuevos hábitos de consumo, higiene y esparcimiento; las ventanas y windows nos conectan indistintamente con el exterior, pero el sistema operativo nos lleva mucho más lejos; la virtualidad nos permite estar en otro lugar al mismo tiempo que otros están en nuestro lugar, pero también nos recuerda la necesidad del vínculo físico por sobre la conexión digital.

La metamorfosis doméstica que ha iniciado esta crisis –y que se suma a los procesos de cambio generados por las nuevas formas de habitar, la sustitución de la familia tipo como núcleo básico de la sociedad de consumo– es extrema, y, paradójicamente, nuestra casa nunca dejó de ser “una casa”. Por la noche, esperando en vano el regreso de una normalidad que ya es pasado, destejemos fielmente las tramas de la transformación, impidiendo así que el tan necesario cambio comience por casa.

Pero todo este proceso, lamentablemente, no es experimentado por todos; la pandemia, entre sus múltiples consecuencias, ha puesto en evidencia –aún más de lo que ya estaba– un déficit de 3,5 millones de viviendas. Necesitamos una revolución doméstica.

Es responsabilidad de nosotros, los arquitectos, generar nuevas ideas, nuevos conceptos en torno a la domesticidad; debemos pensar cómo proyectarlas, cómo construirlas y cuáles son las políticas para desarrollarlas. Resulta claro también que semejante desafío requiere un trabajo transdisciplinar: urbanistas, sociólogos, políticos, economistas, pero sobre todo filósofos, pensadores que nos ayuden a entender este cambio de paradigma y sus posibles consecuencias; que nos acompañen en el acto de poner en palabras nuestras reflexiones en pos de construir hipótesis de trabajo y, fundamentalmente, que generen categorías para dilucidar a qué sujetos estarán destinadas estas nuevas ideas sobre lo doméstico, porque, parafraseando a Iñaki Ávalos, “las filosofías componen imágenes de sujetos, las proyectan, de la misma forma que los arquitectos imaginan los marcos de su existencia”².

Sabemos que es necesario superar las nociones de un humanismo que ya no tiene herramientas para ofrecer y que, imposibilitado de cambiar, de alguna forma nos trajo hasta aquí; pero eso no significa que debamos aceptar las ideas, en cuanto a las limitaciones de la inteligencia humana, pregonadas por el poshumanismo; más bien necesitamos reemplazar la noción de inteligencia por la de sabiduría; un humanismo más sabio, que no se base solo en el conocimiento sino también en las potencialidades infinitas e innatas que poseemos como humanos y que nos colocan en una relación más humilde con la naturaleza; es otro humanismo, un hiperhumanismo.

También sabemos que es muy temprano para conocer la magnitud del cambio, o qué es lo que, de todo esto, perdurará en el tiempo; lo que sí podemos afirmar es la necesidad de encauzar este proceso, potenciarlo y guiarlo con cuidado. Pensar es una tarea lenta y minuciosa; por lo tanto, no perdamos más tiempo.

Necesitamos dos revoluciones, una revolución doméstica y una revolución humana.

Pero todo este proceso, lamentablemente, no es experimentado por todos; la pandemia, entre sus múltiples consecuencias, ha puesto en evidencia –aún más de lo que ya estaba– un déficit de 3,5 millones de viviendas.
¹ Arquitecto y especialista en Investigación Proyectual por la UBA. Es profesor asociado en la FAUP y docente en varias universidades. Es coordinador del área de Investigaciones de la FAUP e investigador del Centro POIESIS de la FADU-UBA.
Fotografías: Imperioame en Pixabay.com y KaosEnLaRed, CC by 4.0, https://kaosenlared.net/argentina-una-semana-que-dejara-sus-rastros/.