El flâneur inmortal

Nociones Corales
25 noviembre, 2020

Por Edgardo Carlos Freysselinard para la Fundación Tejido Urbano

“El agobiante ciclo del eterno retorno de Fosca a la vida, el recomenzar en otro lugar y en otro tiempo, existe entre nosotros a pesar de su voluntad, resignificándola. Busca a alguien o a algo que lo rescate por un instante de la eternidad. Su mayor anhelo: poder ser mortal como todos los demás hombres, dejar de ser el único sobreviviente de la historia.”

Como en la pintura de Caspar Friedrich, tenemos la mirada fundida con el horizonte, sobre un punto móvil que va desde nuestro corazón hasta la inmensidad de las nubes y atraviesa el cielo convulsionado.

Por Edgardo Carlos Freysselinard¹

“(…) El viejo París terminó (la forma de una ciudad

Cambia más rápido, ¡ah!, que el corazón de un mortal);

Yo no veo sino con el espíritu todo este caserío,

Este montón de capiteles esbozados y los fustes,

Las hierbas, los grandes bloques verdecidos por el agua de las charcas,

Y brillando en las ventanas, el bric-à-brac confuso…”

“El cisne” (1860) – El spleen de Paris – Charles Baudelaire

París, 1869

Inmerso en la melancolía que despiertan estos días de cuarentena y pandemia mundial, viene a mi memoria el recuerdo intenso de Raymundo Fosca, príncipe de Carmona, personaje atemporal de Simone de Beauvoir y protagonista principal de su libro Todos los hombres son mortales; uno de mis personajes preferidos de la literatura contemporánea occidental.

Fosca nació en Italia en 1279, en un palacio de la ciudad de Carmona. Su madre murió poco después de su nacimiento y fue educado por su padre, que le enseñó a montar a caballo y las artes de la guerra. Un monje se ocupó de su instrucción general y de su formación religiosa. Su juventud transcurrió entre guerras, revueltas políticas, amores, largas batallas y desencuentros irrecuperables de ciudades que se disputaban el poder territorial, dominadas por grandes familias del norte de Italia.

Su transformación comenzó durante el asedio de los ejércitos genoveses a las puertas de Carmona, el cual duró largo tiempo. Fosca estaba al mando de su angustiante defensa. En ese momento único se presentó ante él un anciano que decía poseer el elixir de la vida eterna y que le ofreció no envejecer jamás si bebía hasta la última gota de la botella. Entre la tentación y el deseo de inmortalidad, Fosca bebió de ella. Previamente, antes de llevarse el recipiente a sus labios, miró a su amada, a sus amigos y a sus consejeros; dando un giro final sobre la habitación donde se encontraban, la que nunca más volvería a ver con los mismos ojos mortales, se abrazó a la ilusión de la eternidad con toda su alma.

Después de un letargo de días, en un trance que lo suponía muerto, despertó para alegría y sorpresa de todos. Se dirigió al anciano, que aún se encontraba en esa habitación, velando su sueño que parecía eterno. Fosca le preguntó si el milagro había ocurrido. Él, con su voz cansada, le respondió que ya no moriría jamás, aunque lo deseara. Lo había logrado. La ambición de poder y conquistas se apoderaron del príncipe. En ese momento comenzó, sin saberlo, su larga expiación, su lánguida perpetuidad, su peregrinación por la historia, que lo trae hasta nuestros días.

Como testigo viviente, en su recorrido conoce las guerras, el esplendor, los amores, las intrigas, las traiciones y las muertes en las cortes de Génova, Florencia, Pisa, Venecia, entre otras ciudades. Conoce también a sus familias dominantes. Vive luchas políticas, diplomáticas y religiosas durante los cambios del Renacimiento. También explora las costas de la América recién descubierta. Luego de largos sueños y despertares, doscientos años después, se transforma en un noble francés que vive intensamente su tiempo, sin dejar de convertirse, con pensamientos e ideales nuevos, en un ferviente republicano opositor.

Más cerca de nuestros días, después de la Segunda Guerra Mundial, su metamorfosis lo convierte en un hombre común, habitante de la París de mediados del siglo XX, llegando allí a la actualidad. Fosca recorre los acontecimientos del mundo a través de sus más de setecientos años de vida como un flâneur apasionado y comprometido con cada época.

Con el devenir de los siglos todo muere en Fosca, excepto su cuerpo incorrupto. Sus amores entrañables, sus pasiones, sus deseos, sus búsquedas, sus ilusiones han desaparecido. Posee una imagen de sí mismo congelada en el tiempo. Vivió la peste negra, que asoló a Europa a mitad del siglo XIV y que se llevó a una gran parte de la población de ese momento. En el siglo XVIII atravesó la pandemia de viruela que se extendió desde Europa al Nuevo Mundo, la cual se cobró millones de víctimas. Entre sus experiencias más recientes, apenas después de la Gran Guerra que devastó a Europa a principios del siglo XX, transitó la Gripe Española, que proliferó por todo el mundo, masiva y letal, en 1918. Avanzado el siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial en 1945, también transitó las fiebres asiáticas, el VIH, las gripes porcinas y sus derivaciones, hasta llegar a hoy en día y la actual pandemia del COVID-19.

El agobiante ciclo del eterno retorno de Fosca a la vida, el recomenzar en otro lugar y en otro tiempo, existe entre nosotros a pesar de su voluntad, resignificándola. Busca a alguien o a algo que lo rescate por un instante de la eternidad. Su mayor anhelo: poder ser mortal como todos los demás hombres, dejar de ser el único sobreviviente de la historia. Transita nuestro mundo contemporáneo inmerso en un cuerpo imperecedero. Nada atenta sobre él, solo la eternidad.

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo; la muerte nos afecta a todos, salvo a Fosca convertido, hoy, en un hombre común. Como en la pintura de Caspar Friedrich, tenemos la mirada fundida con el horizonte, sobre un punto móvil que va desde nuestro corazón hasta la inmensidad de las nubes y atraviesa el cielo convulsionado. Expresa la distancia que supone recorreremos para intentar salvarnos. Hacia allá vamos, a la deriva, hacia la inmensidad desconocida.

Luego de largos sueños y despertares, doscientos años después, se transforma en un noble francés que vive intensamente su tiempo, sin dejar de convertirse, con pensamientos e ideales nuevos, en un ferviente republicano opositor.
¹ Arquitecto (UBA) y magíster en Historia, Arte, Arquitectura y Ciudad por la ETSAB – Universidad Politécnica de Cataluña. Autor del libro Fractales de la Modernidad (Bisman Ediciones, 2014) y coautor junto a Albano García de Ambientes de Arquitectura – Fotografías de 50 estudios de Buenos Aires y sus protagonistas (Bisman Ediciones, 2019).
Fotografías: El caminante sobre el mar de nubes, Caspar Friedrich, 1818 (Dominio Público); y Avenue de l’Opera, Camille Pissaro, 1898 (Dominio Público).