El mismo mundo, o un poco peor

Nociones Corales
11 septiembre, 2020

Por Fredy Massad para la Fundación Tejido Urbano

“Vivimos en modo 'presente continuo' y este eterno hoy y su narcisismo crónico no permiten ver que no somos los únicos individuos de la historia que han vivido una pandemia ni que hay otros mundos, no tan lejanos y que viven sufriendo constantes epidemias a las que no nos interesa considerar trascendentes.”

Pese a que tendrían que ser figuras relevantes, los arquitectos, como en la anterior crisis, hoy tienen poco que decir. El arquitecto holandés Rem Koolhaas en el marco de la exposición “Countryside, The Future”: AMO/Rem Koolhaas, 2020.

Por Fredy Massad¹

La crisis del coronavirus ha dejado al desnudo la realidad de una sociedad atrofiada, que se esmera en destruir el pensamiento crítico a favor de una emocionalidad adolescente; por eso se está produciendo este choque entre una parte tecnológicamente desarrollada y otra que, asustada, se refugia en sus atavismos. Por eso no es de extrañar que quienes más están sufriendo durante esta crisis sean la cultura y la educación.

Con cierto conformismo y frivolidad suele decirse que las crisis son momentos de oportunidades. Estábamos todavía siendo sacudidos por los últimos coletazos de la gran recesión de 2008 cuando estalló la epidemia del coronavirus, y volvemos a escuchar de nuevo ese soniquete optimista. Por eso creo que es necesario detenerse a observar cómo se ha  procesado esa crisis que empezó hace sólo poco más de una década para poder comprender que la presente crisis (sanitaria y económica) no va a ser tampoco un momento de oportunidades.

La debacle de 2008, que afectó fundamentalmente a Europa y Estados Unidos, encendió un efímero pero iracundo descontento generalizado que se canalizó a través de las protestas de movimientos como el 15-M, Indignados u Occupy Wall Street. Vista retrospectivamente, en la esencia de esta indignación no estaba la búsqueda de un cambio que construyese un mundo verdaderamente más justo sino la restitución del mundo de ficción robado: ese sueño de perenne prosperidad que se había vendido y que una gran parte de la sociedad había comprado con los ojos cerrados.

Esa reacción que se produjo en 2008 fue el caldo de cultivo para el neopopulismo, el pensamiento único: el auge del factor emocional, aprovechado tanto por la izquierda como por la derecha. Un proceso de degradación y destrucción cultural en manos de tramposos, cuentacuentos y fanáticos que, en nombre del cambio y de la gente, se posicionaron y construyeron su influencia instrumentalizando una sociedad más terriblemente embrutecida y, consecuentemente, crédula. Carente de capacidad crítica. Azuzados por la crisis y por el sobrevenido cambio de modelo, los arribistas profesionales que siempre apuntalan el sistema cambiaron abruptamente de chaqueta o bien se las confeccionaron a medida de la situación con buenismo y conmiseración para poner en valor lo precario, convirtiéndose en los salvadores de ese ente abstracto denominado «la gente» o «el pueblo».

Afloraron charlatanes en todos los rincones del globo, contándonos lo que ya sabíamos, resucitando ideas muertas y siempre situados a una distancia preventiva de esa sociedad de la que aseguraban ser protectores, sobreactuando, falsamente preocupados por un apocalipsis lejano, colgando pancartas en las fachadas de las instituciones para dar la bienvenida a refugiados o clamando por un barco a la deriva lleno de refugiados, solamente motivados por lucir la consigna antes que por un verdadero interés en el padecimiento ajeno, sin proponer jamás una solución viable o arrimando el hombro sólo para Instagram. Todo en abstracción, mostrando disposición pero sin ofrecer ningún tipo de solución real. Mirando desde sus atalayas sin ensuciarse las manos.

Esencialmente el escenario legado por la crisis de 2008 y que se ha encontrado el coronavirus es el de un mundo en retroceso, obsesionado con las identidades (nacionales, de género, entre otras) que se han radicalizado o enquistado al encerrarlas en la órbita de lo emocional, de lo demagógico, convirtiéndonos así en conjunto en una sociedad caprichosa e histérica, que harta de su confort estaba renegando de su posición acomodada para denostar los avances de una tecnología a la que, simultáneamente, no estaba dispuesta a renunciar. Una sociedad quejosa pero carente de voluntad para alterar ni un ápice de su comodidad, empeñada en culpar al progreso de todos los males −ese mismo progreso que hoy nos pone a salvo de los estragos causados por otras epidemias de la historia (sin ir más lejos, hace sólo cien años; o aún menos, hace sólo cuarenta años, a causa del SIDA)−. Vivimos en modo “presente continuo” y este eterno hoy y su narcisismo crónico no permiten ver que no somos los únicos individuos de la historia que han vivido una pandemia ni que hay otros mundos, no tan lejanos y que viven sufriendo constantes epidemias a las que no nos interesa considerar trascendentes (una clara evidencia de que nuestro buenismo es fruto de un dictado y no de una conciencia surgida de un conocimiento real y crítico sobre el estado del mundo).

Si no fuera por todo lo expresado anteriormente, esta pandemia y la inevitable crisis económica que conllevará nos debería obligar a pensar en qué punto nos encontramos y por qué, habiendo abandonado colectivamente el compromiso con la educación, el conocimiento y, fundamentalmente, el pensamiento crítico para acabar convirtiéndonos en una sociedad-espectáculo, lúdica e irresponsable y entregando nuestros destinos a infames vendedores de recetas mentirosas.

Pese a que tendrían que ser figuras relevantes, los arquitectos, como en la anterior crisis, hoy tienen poco que decir. Abochorna escucharlos divagar desde apresurados artículos en los medios, eludiendo mirar de frente a la parte del asunto que les concierne, prefiriendo hacer futurología a admitir responsabilidades o culpas en presente. Encerrados en su burbuja, donde priman los soliloquios, las ideas trasnochadas y la vanidad, toda esa pléyade de Narcisos han llevado a nuestro presente a la ruina, convirtiéndose sin embargo en personajes totalmente indispensables para una sociedad enferma totalmente necesitada de creerles y a la cual, paradójicamente, ningún virus va a curar.

El hiato del coronavirus va a ser otra grandísima oportunidad perdida, tal y como lo expresaba  el escritor Michel Houellebecq: «Todas estas tendencias de hecho ya existían antes del coronavirus; ahora únicamente se han hecho patentes de una nueva forma. Después del confinamiento, no despertaremos en un mundo nuevo. Será el mismo, o un poco peor.»

Afloraron charlatanes en todos los rincones del globo, contándonos lo que ya sabíamos, resucitando ideas muertas y siempre situados a una distancia preventiva de esa sociedad de la que aseguraban ser protectores.
¹ Arquitecto (FADU-UBA). Crítico de arquitectura del periódico español ABC y colaborador con diferentes
medios internacionales. Director de la editorial QUT Ediciones. Sus libros más recientes son ”La Viga en el Ojo: Escritos a Tiempo” (Ediciones Asimétricas, Madrid, 2015) y ”Crítica de Choque” (Bisman Ediciones, Buenos Aires, 2017), que recibió el primer premio en la categoría “Ensayo” del XVII Premio SCA CPAU de Arquitectura Argentina.
Fotografías: Solomon R. Guggenheim Foundation, Fair Use, https://www.guggenheim.org/video/see-countryside-the-future-at-the-guggenheim; y Gage Skidmore, CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=47705735.