La forma urbana cuestionada y una nueva agenda emergente

Nociones Corales
24 julio, 2020

Por Luis Wexler para la Fundación Tejido Urbano

“Ya no hay que viajar. A ningún lado. Hemos encarcelado a los niños y los ancianos. Pero en nuestra prisión domiciliaria nos comunicamos, ya no a través de un vidrio, sino a través de píxeles.”

Parque Centenario como escena del crimen.

Por Luis Wexler¹

La inercia de la vida urbana nos arrastraba vorazmente. Tareas múltiples, recorridos distantes, el tiempo estirado. Multiplicar la ciudad, reurbanizar las asimetrías. Todo hecho urbano era turístico, hasta un monoambiente publicado en un portal de internet. Viaductos para los trenes, túneles para los camiones, buses para las avenidas. Proyectos de interconexiones siderales, de San Isidro a La Plata. Reconstruir los códigos. Y un día, la ciencia ficción que habíamos disfrutado como espectáculo, apareció como rutina. Toda nuestra percepción se había desmoronado. La calle era una escenografía perfecta. Los actores, con nuevo vestuario, en una constelación de posiciones distantes en cualquier contexto. Las plazas aparecieron como escenas de crimen: sentarse en ellas también era un delito. Los hogares cobraron otra profundidad. La observación de lo cotidiano se convirtió en un juego con el tiempo: ya sé por dónde sale sol, la sombra que dibuja en mis cortinas y el hueco por donde asoma el crepúsculo. Ya no hay que viajar. A ningún lado. Hemos encarcelado a los niños y los ancianos. Pero en nuestra prisión domiciliaria nos comunicamos, ya no a través de un vidrio, sino a través de píxeles. Una trama ordenada, también distante, de familia, de amigos, de trabajo. Y una jornada que transcurre cíclicamente desde el 20 de marzo. La ciudad que conocimos perdió sentido. Ni el tango, ni el fútbol, ni el café, ni las marchas suceden.

La sinergia entre sociedad y forma urbana se disoció. Es la culminación de un proceso tácito del cual participábamos. La representación de la ciudad adquirió un sentido militar. Miradas aéreas, distantes, fluidas y seguras que perdían la textura real del territorio.

Nuestra generación, toda ella, no conoció una peste. ¿Cómo no nos dimos cuenta que el crecimiento urbano, en la historia, ha sido la perfecta ecuación entre desarrollo económico explosivo y la desinfección de sus constructores? Desde las diagonales de Haussman hasta el Plan Voisin. Las aperturas de calles y pulmones del siglo XIX se reiteran en las primeras décadas del siglo XXI en las barriadas más críticas, con sentido higienista.

La geometría cartesiana de las urbes más antiguas ha sido inoculada en el discurso político y ha reburocratizado la vida cotidiana. Marcas, puntos, líneas, círculos, señales, límites transparentes han invadido nuestros movimientos, rediseñando nuestros vínculos en el espacio que ya no podemos llamar “público” por su hostilidad.

Las barreras también comienzan a ser regionales. En este regreso a un medioevo de feudos vallados asoma un novedoso proteccionismo urbano que profundizará la segregación urbana a límites desconocidos. Los trabajadores de la periferia trabajarán para los habitantes de la periferia, exclusivamente.

Por este atroz contexto cotidiano y por las tensiones sobre los tiempos inciertos, es imperioso que construyamos una nueva agenda territorial de derecho al hábitat sustentable en términos de ambiente, de igualdad y de desarrollo colectivo.

Necesitamos exceder las disciplinas tradicionales de la ciudad y formar profesionales del hábitat de mirada amplia y crítica, articuladores de nuevos procesos dinámicos territoriales, integrando participación ciudadana y certero respeto por las geografías locales.

El área rural debe dejar de verse como frontera proveedora de gran escala y admitir nuevas urbanidades de baja densidad, que reformulen la relación entre ciudad y campo.

Las áreas desérticas pueden alojar redes de pequeñas ciudades vinculadas por canales y energías limpias.

Las áreas selváticas merecen ser preservadas y reconstruidas en los casos en que hayan sido desforestadas.

Las áreas costeras merecen proyectos que excedan la explotación meramente turística y pesquera, reformulando la relación de la costa con la urbe.

Las ciudades, que ya son otras, necesitan equilibrar urgentemente su desarrollo habitacional hacia los sectores que carecen de vivienda digna, como una gran herramienta de justicia espacial, permitiendo los esponjamientos y la generación de barrios que no diluyan su identidad ni generen mayores segregaciones.

Las ciudades requieren otra relación con su centralidad, nuevamente, abandonando definitivamente la zonificación y la noción del corazón administrativo y reemplazando oficinas por viviendas en sus núcleos principales, dispersando sus actividades sin perder por ello sus espacios significativos, escenarios de la cultura y de la protesta.

Las ciudades pueden hacer realidad demandas históricas que ahora sí son prioridad: peatonalizaciones, eliminación del automóvil particular, extensión de la bicicleta, la calle nuevamente como espacio de conversación y juego, economías de cercanía, agricultura urbana, recuperación de superficie absorbente, red de energías alternativas, mancomunión de espacios interiores de manzanas, recuperación de ecosistemas urbanos, acceso al hábitat digno como norma universal.

Solo redefiniendo la relación entre las ciudades y su contexto territorial desde una perspectiva humanista podremos establecer la agenda que nos proteja de nuevos desequilibrios.

Broadacre City, Frank Lloyd Wright, 1932. Maqueta original.
¹ Arquitecto. Profesor en FADU – UBA en el área de Morfología. Integra desde 2002 el Taller Libre de Proyecto Social.
Fotografías: Fotografía del autor; y Frank Lloyd Wright Foundation, https://franklloydwright.org/.