“¿Podrá la humanidad toda alimentarse de este momento único y seguramente irrepetible para muchos de nosotros, capitalizando el valor de la vida, el amor y el respeto por el otro?”
Los trabajadores del sistema de salud trabajan de forma anónima a pesar del riesgo de contagio.
Por Liliana Susana Voto¹
La vida nos ofrece a diario oportunidades que no sabemos ver, porque nuestra mirada suele estar siempre en el presente, en el ahora, en la inmediatez.
Estamos viviendo un momento único. Un microscópico e insignificante virus le demostró a la humanidad toda que somos vulnerables, que con estos fenómenos globales no hay ricos y pobres, encumbrados y obreros, eminencias y analfabetos: somos todos seres humanos frágiles, débiles, indefensos.
Soy una mujer creyente, reconozco a un ser supremo, dueño de la vida y de la muerte. Esta pandemia vino a poner un freno al mundo, vino a que redescubramos el valor de tener un techo donde cobijarnos, una familia que nos incluya, que nos cuide. Enseñó a los padres que allí estaban sus hijos para compartir horas invalorables junto a ellos, y a los hijos a ver a sus padres en el contexto de una familia de pertenencia. Mostró las virtudes de seres maravillosos, como así también la conducta de algunos miserables, siempre atentos a capitalizar las desgracias.
Estamos ante un momento único: por primera vez en mi vida pude ver sentados en una misma mesa a nuestros dirigentes, con pensamientos opuestos, encontrando puntos de consenso para enfrentar la crisis; también aparecieron los que ante el temor de perder espacio político criticaron este acercamiento. Nuevamente se pusieron de manifiesto las miserias humanas.
Los que solo piensan en sí mismos, los que no saben que existe el otro, empujaron para flexibilizar las medidas de protección porque se sentían encerrados, faltos de libertad. Seguramente eso les sucedía porque tenían un techo para cobijarse. No pensaron un instante en cuántos estuvieron siempre tapados a medias, o destapados, porque no tenían dónde estar. Esas mismas personas protestaban que sus niños no podían salir a caminar por la calle, correr, andar en bicicleta, o en sus rollers… ¿No sabían que a pocas cuadras había muchos niños hacinados, en la calle, o sin nada para comer? Solo cuando aparecieron en los medios esas imágenes de barrios populares asediados por el COVID-19 se despertaron.
Podría seguir enumerando comportamientos humanos contrastantes, así como el de tantas hermosas personas que de manera anónima están colaborando a riesgo de enfermar; aprovecho esta oportunidad para homenajear a mis colegas del sistema de salud, algunos de los cuales fueron atacados, prohibiéndosele el ingreso a sus propias casas.
“Con mejor suerte” porque el cambio incluso puede ser para peor, vencedores del virus como dioses y con una nueva herramienta de dominio: el miedo a una nueva pandemia o quien sabe con qué otra excusa, siempre protegidos por el poder económico mundial y los medios de comunicación.
¿Podrá la humanidad toda alimentarse de este momento único y seguramente irrepetible para muchos de nosotros, capitalizando el valor de la vida, el amor y el respeto por el otro?
Soy creyente, creo en un Dios maravilloso que visualizó la indiferencia con la que se movía el mundo, y nos envió esta señal. Estudiemos esta lección una y otra vez, examinemos nuestro comportamiento, cambiemos nuestra actitud y abrámonos al otro en dificultades, para que cuando pase el peligro podamos estrecharnos en un abrazo fraterno.
