“Entre ánimos optimistas y otras veces no, me insiste una pregunta, ¿nos volveremos realmente más solidarios cuando termine la pandemia?”
La pobreza ha quedado expuesta en toda su dimensión durante la pandemia.
Por Dolores Pereyra Iraola¹
Paren el mundo, que me quiero bajar. ¡Tantas veces lo pensamos con tantas cosas sin sentido! Esta vez el mundo se paró, y las cosas con sentido salieron a la luz.
En estos días de otoño tan maravillosos donde los colores y los sonidos de los pájaros se agradecen más, los cielos tan limpios y celestes te invitan a la paz. La calidez de los que acompañan en el hogar está presente para abrazarnos frente a la incertidumbre de algo no visto jamás. Los afectos familiares, los amigos y también los vecinos pasan a ser tu amparo donde recostarte cuando lo absurdo puede más.
La rutina más que nunca te ayuda, pero cada tanto te rebelás, solo para darte cuenta que volver a ella es lo mejor. Parménides y Heráclito asoman para contarte que son tiempos maravillosos para reflexionar en la quietud de tus días, mientras el mundo sigue girando…
En estos días enrejados surgen valores positivos para rescatar: uno de ellos es la solidaridad, el “yo me cuido y así también te cuido a vos”. Esta vez todos estamos en la misma con el miedo a este coronavirus. Unos en hogares confortables y otros en lugares hacinados y nada adecuados.
La pobreza queda expuesta en toda su cruel dimensión. El virus que llegó desde los aviones se propagó en las villas y asentamientos de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense, donde el peligro todavía no se apagó. Por desgracia todavía falta lo peor; así lo señalan los expertos, en la entrada del invierno.
Entre ánimos optimistas y otras veces no, me insiste una pregunta, ¿nos volveremos realmente más solidarios cuando termine la pandemia?
¿Vamos a seguir permitiendo que el de al lado no tenga sus necesidades básicas cubiertas, como la alimentación, la vivienda, la educación, la asistencia sanitaria, el agua potable o la electricidad?
