Transitar la pandemia en un entorno suburbano de Maryland, EE.UU.

Nociones Corales
11 agosto, 2020

Por Carina Lupica para la Fundación Tejido Urbano

”Pero, a la vez, la pandemia mostró las fracturas profundas de la sociedad estadounidense, especialmente por motivos raciales. Las estadísticas prueban que las personas afrodescendientes e hispanas/latinas son más vulnerables al COVID-19”

El miedo al contagio no detuvo las innumerables marchas que se organizaron para repudiar la discriminación racial y el asesinato de George Floyd en diversas ciudades del país y del mundo.

Por Carina Lupica¹

La pandemia del COVID-19 y las medidas para contrarrestarla –principalmente el distanciamiento social y el confinamiento en el hogar– produjeron una disrupción de nuestros hábitos cotidianos. Repentinamente cambió nuestra manera de movernos, trabajar, estudiar y relacionarnos. Los espacios públicos se vaciaron y nuestras residencias se colmaron de presencia.

En lo personal, el COVID-19 me encontró viviendo fuera de la Argentina, en una comunidad suburbana de aproximadamente 45.000 habitantes ubicada en el estado de Maryland, a 22 kilómetros al noroeste de Washington D.C.. Es una zona geográfica boscosa, surcada por el río Potomac e innumerables arroyos de montaña, que alberga muchas especies de vida silvestre, como zorros, venados, ardillas, conejos, pájaros carpinteros y cardenales.

La mayoría de las viviendas del área son unifamiliares y se construyeron en la década del 50. Son casas con amplios jardines que se confunden con los múltiples senderos donde se puede caminar y andar en bicicleta. Este entorno natural, que tiene la desventaja de consumir largas horas para trasladarnos de un lugar a otro, facilitó transitar de mejor manera la cuarentena por una simple razón: la mayor disponibilidad de espacio.

El viernes 13 de marzo del 2020 fue el último día que nuestros hijos asistieron al colegio y nosotros, con mi marido, a nuestros lugares de trabajo. El Gobierno local estableció el cese de actividades presenciales, recomendó la reclusión en nuestros hogares y solo quedaron habilitados los lugares considerados esenciales, como mercados de alimentos y farmacias. Pese a todo, aquí la cuarentena fue más autorregulada que obligatoria y siempre pudimos salir a caminar o a hacer ejercicio físico un par de horas por día.

A medida que el confinamiento se extendió, adaptamos los ambientes de la casa para poder seguir adelante con nuestros trabajos y que los niños atendieran a sus clases de manera virtual. A la ausencia de contactos personales le siguió el aumento del uso de la tecnología, y la conectividad se transformó en un servicio imprescindible.

El estrés crecía con las noticias desalentadoras de lo que ocurría en el mundo entero, especialmente en algunas ciudades de Italia y España y en Nueva York, una metrópoli a solo cuatro horas de distancia en auto desde nuestra casa. Seguimos de cerca la llegada del virus a la Argentina de la mano de nuestros familiares y revisamos las noticias a diario sobre sus consecuencias sanitarias, sociales y económicas en el mediano y largo plazo.

El entorno natural y de pequeño poblado fue un paliativo a tanta incertidumbre. La pandemia nos brindó la oportunidad de fortalecer los lazos comunitarios. En nuestro vecindario nos organizamos para ayudar a las personas solas y mayores de edad, y pintamos carteles en las veredas para agradecer a médicos, docentes y recolectores de residuos domiciliarios. También armamos pequeñas huertas donde sembramos tomates, hojas verdes y hierbas aromáticas que los más chicos vieron crecer con entusiasmo.

Entramos a la cuarentena en otoño, y mientras el verano avanza el confinamiento comienza a flexibilizarse. Pudimos reencontrarnos con amigos en espacios abiertos. Mediante la iniciativa “calles compartidas”, se cerró el tránsito vehicular en algunas aceras de nuestra ciudad para que los peatones pueden participar en actividades al aire libre y al mismo tiempo mantener el distanciamiento social. Con esta disposición se espera reabrir el comercio minorista y los restaurantes para reactivar la economía local.

Pero, a la vez, la pandemia mostró las fracturas profundas de la sociedad estadounidense, especialmente por motivos raciales. Las estadísticas prueban que las personas afrodescendientes e hispanas/latinas son más vulnerables al COVID-19 si se infectan, debido a su menor acceso a la atención médica o a una mayor prevalencia de hipertensión, obesidad, diabetes y enfermedades pulmonares.

Así, las brechas raciales en la vulnerabilidad frente a la pandemia develaron las desigualdades que enfrentan las personas por su color de piel en empleos, vivienda, educación, salud y justicia penal, siendo su peor consecuencia el asesinato de George Floyd por fuerzas policiales en Mineápolis. El miedo al contagio no detuvo las innumerables marchas que se organizaron para repudiar la discriminación racial en diversas ciudades del país y del mundo.

El COVID-19 visibilizó las fragilidades de las sociedades, incluidas las desarrolladas. Es imperativo avanzar hacia la conformación de comunidades más integradas y colaborativas. Tenemos la oportunidad de hacerlo luego de este tiempo obligado de introspección.

La cola para ingresar a un supermercado en Maryland, con las personas respetando el distanciamiento social.
¹ Politóloga de la Universidad Católica de Córdoba y magíster en Economía y Políticas Públicas del Instituto Torcuato Di Tella. Consultora en temas de género, cuidados y mercado de trabajo en organismos internacionales.
Fotografías: Elvert Barnes, CC by 2.0, https://www.flickr.com/photos/perspective/49969511367, y Ytoyoda – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=90101927