Viviendo con el Coronavirus

Nociones Corales
17 julio, 2020

Por Ricardo Oxenford para la Fundación Tejido Urbano

“La manifiesta dificultad de las personas carenciadas para poder hacer frente a la pandemia manteniendo los cuidados necesarios ha sido un golpe visual y de realismo para todos.”

El delivery se ha incorporado a nuestra vidas de manera permanente a raíz de la pandemia.

Por Ricardo Oxenford¹

Desde que empezó el COVID-19 a marcar nuestras vidas en Argentina pasamos por dos etapas bien distintas. La primera, de miedo, de quedarnos en casa y guardarnos y cuidarnos de una manera casi extrema. Esperando el pico que nunca llegaba, dando tiempo para que el sistema de salud se pusiera a tono con lo que podía pasar. Y pasó poco. Y tarde. Ahí empezó la segunda etapa, signada por el hartazgo, el cuestionamiento y la ruptura de los protocolos.

Pero durante este tiempo hemos vivido, hemos aprendido y, entre otras cosas, se han evidenciado realidades hasta ahora no tan claras. Hay tres que quisiera comentar.

La primera tiene que ver con la adaptación a lo nuevo, con herramientas nuevas o antes no usadas. El trabajo a distancia ha hecho su desembarco para quedarse. Este nuevo formato de trabajo sin estar físicamente en la oficina central ha demostrado ser un verdadero hallazgo. Aun cuando no reemplazan a las reuniones de trabajo, al ambiente laboral y al sentido de pertenencia, el email, Whatsapp y Zoom (entre otras plataformas) han permitido realizar lo que antes nos parecía imposible. ¿Quedará algo de esto cuando la pandemia se retire? Yo creo que sí, y mucho. Pensemos un momento solamente en los ahorros: tiempo perdido en el transporte yendo y viniendo al trabajo, espacio de oficina innecesario, servicios de mantenimiento asociados, etcétera.

Al mismo tiempo, el saludo diario, verse, charlar, comentar, comer juntos, opinar, reírse, participar visualmente, etcétera, no pueden ni deben ser reemplazados. Hacen a la esencia del grupo de trabajo, y no es bueno que eso desaparezca. ¡Uno se robotiza un poco!

Otra incorporación al formato de nuestras vidas ha sido el delivery, antes asociado a las pizzas y empanadas, pero hoy ya para cuanta cosa se venda. Se ha perdido el miedo a lo desconocido y a lo que para muchos parecía difícil de hacer en la computadora. Y hay que agregar, obviamente, la aparición de un nuevo negocio en la distribución minorista. Todo un tema.

La segunda es la sensación de encierro. La sensación de que no puedo salir, de que no puedo trasladarme libremente, y el no ver a mis afectos. Una sensación de claustrofobia, de falta de libertad. De querer y no poder.

Es interesante mirar para atrás en el tiempo solo un poco. Durante las primeras semanas no nos importó, casi lo tomamos como un desafío, hacer bien la cuarentena; todos en el mismo barco, una sensación de sociedad y civismo pocas veces vivida, frente a un enemigo común. Pero un problema de timing, de separación entre la curva de la pandemia y la curva del hartazgo colectivo, sumado a una cuota importante de desconocimiento, y de prueba y error por parte de quienes manejan el tema desde el Gobierno, ha contribuido a que perdamos un poco el respeto a la cuarentena, tomándola casi en nuestras manos y haciendo lo que nos parece razonable a cada uno, ya no lo que le parece al Gobierno. Esta nueva sensación que vivimos hoy, después de estar ya cerca de cien días en cuarentena, de arrancar un pedazo de libertad, de respirar un poco de aire fresco, es la respuesta de la sociedad toda a un encierro mal programado; ya resulta difícil “alinear la tropa”. Económica y socialmente agredida, la sociedad y los individuos que la componen han puesto un límite a su tolerancia.

La tercera tiene que ver con la evidencia de que conformamos una sociedad muy injusta. La manifiesta dificultad de las personas carenciadas para poder hacer frente a la pandemia manteniendo los cuidados necesarios ha sido un golpe visual y de realismo para todos. El hacinamiento y la falta de lo más elemental que requiere un ser humano –agua, alimento y un espacio donde vivir, sin hablar de cloacas, electricidad, limpieza y otros servicios esenciales– han hecho de estos habitantes de nuestro país verdaderos blancos fijos muy fáciles para el COVID-19. La acelerada propagación del virus en este ambiente -justamente, por la falta de higiene, limpieza y distancias mínimas, un caldo de cultivo ideal- estaba garantizada.

Pero una cosa es lo superficial, la propagación más rápida del virus, y la otra es la vista evidente, palpable y a flor de piel de la realidad despiadada y desatendida de tantas personas, tan humanas como nosotros. Nos hace pensar en una gran cantidad de cosas. Entre ellas, si somos una sociedad o simplemente un conjunto de individuos; si vivimos en sociedad porque así se organizan los humanos, o lo hacemos formando un todo social donde no debería admitirse, al menos, la indigencia (hoy en un 8%); un desafío para un país que produce alimentos para 10 veces su población pero que no puede quebrar su pobreza, algo menor al 40%.

Las desigualdades sociales han sido evidenciadas a causa de la pandemia.
¹ Abuelo y Padre de Familia. Viajero, fotógrafo y músico. Ex Director Comercial de Cervecería Quilmes (Quinsa). Ex Director Internacional de Cervecería Quilmes (Quinsa). Ex Director de la Administración de Parques Nacionales
Fotografías: KaosEnLaRed, CC by 4.0, https://kaosenlared.net/buenos-aires-otro-fallo-judicial-resolvio-que-glovo-pedidos-ya-y-rappi-no-podran-operar-en-la-ciudad/ ; y ANRed, CC by 4.0, https://www.anred.org/2020/05/05/nora-cortinas-y-perez-esquivel-denunciaran-a-larreta-en-la-cidh-por-abandonar-la-villa-31-en-plena-pandemia/